Son muchas las razones que llevan a una persona a promover un juicio, casi siempre motivadas por la búsqueda de justicia en relación a una situación o conflicto que no pueden resolver de forma privada.
Cuanto esas razones son muy fuertes y la voluntad y determinación de presentarse ante un tribunal son inquebrantables, entonces es necesario detenerse un momento para valorar los costos. Pero no solamente los costos materiales, sino particularmente los costos emocionales de ese proceso.
Un juicio se traduce casi siempre en una confrontación cara a cara con la otra parte, requiere encontrarse en una misma sala de audiencias con el ex socio, la ex pareja, el ex amigo, el ex jefe o el vecino irracional.
Pero además, implica sentarse a escuchar a testigos, vecinos, compañeros de trabajo y hasta desconocidos hablando sobre la situación y muchas veces diciendo cosas que duelen.
Hay que tener en cuenta que muchas veces el juicio tiene también efectos fuera de los juzgados, cuando los amigos y los familiares comienzan a opinar y toman partido por una u otra de las partes involucradas.
También, por su duración, el proceso judicial tiende a estirar y profundizar las situaciones de conflicto.
Así, por ejemplo, si las raíces del árbol de mi vecino estropean mi vereda, pero él no quiere asumir la reparación y lo llevamos a juicio, estaremos un par de años enfrentados en los tribunales y probablemente las familias de ambos estarán varias generaciones enemistadas, sin importar quién gane o pierda el juicio.
Como decíamos al comienzo, transitar por un proceso judicial implica estar preparados para afrontar los costos emocionales asociados, tales como la ansiedad, el estrés, el miedo, el enojo, la tristeza y la confusión, además de las repercusiones en las relaciones con amigos, vecinos o familiares.
Es en este contexto que todo abogado aconseja siempre a su cliente que valore los medios alternativos de solución de conflictos, en particular y siempre que sea posible, estar abiertos a la negociación y la conciliación con la otra parte.
El juicio es un camino de largo aliento que luego de iniciado no se puede abandonar y debe transitarse cargando con una mochila de emociones fuertes y esto debe ser asumido desde un principio. Si no estás seguro, mejor medítalo un poco más.
No se trata de elegir entre iniciar o no iniciar un juicio cuándo sus derechos están siendo afectados. Se trata de tomarse el tiempo para construir una estrategia que mantenga las vías del diálogo abiertas entre las partes, ser el primero en buscar soluciones alternativas y promover escenarios de negociación.
El proceso judicial no tiene por objetivo determinar quién es bueno y quien es malo. Cuando las partes enfrentadas en el juicio tienen vínculos familiares, comerciales o afectivos entre ellos, lo ideal sería que esos vínculos sobrevivan al juicio en la medida en que ello sea beneficioso. Cuando se pretende cuidar esos vínculos, ello debe formar parte de la estrategia con la que se planifica y desarrolla el proceso.
