Cuando evocamos la idea de una condena dictada por un juez, a menudo nos imaginamos a un individuo culpable con traje a rayas, las manos encadenadas y la cabeza inclinada en señal de vergüenza, mientras se revela su maldad ante el tribunal.
En este imaginario colectivo, concebimos no solo una condena judicial que afecta al condenado, sino también una condena social que repercute en su reputación, su familia, sus hijos, su empresa y sus relaciones con amigos, socios y clientes.
De alguna manera, arrastramos en nuestro subconsciente la noción de que el juez debe proclamar a una parte como correcta, virtuosa y en posesión de la verdad, mientras declara que la otra parte actuó inmoralmente, nunca tuvo razón y es un ser despreciable.
Sin embargo, estas percepciones están equivocadas, al menos en el contexto de los juicios civiles, laborales o contenciosos administrativos.
El despacho donde recibo a los clientes, tiene un ventanal desde el cual se ven las torres de una iglesia católica ubicada al otro lado de la calle y aprovechando esta circunstancia, muchas veces aconsejo a los clientes que, si buscaban un juez que los declare buenas personas y que castigue a la otra parte por su maldad, entonces deberían cruzar la calle y recurrir a la justicia divina.
No obstante, si su objetivo es obtener una compensación monetaria por algún daño sufrido, entonces están en el lugar adecuado.
En resumen, los jueces del Poder Judicial no emiten condenas morales; no es su función buscar la virtud ni alertar al público sobre la maldad de individuos o empresas.
No es casualidad que la diosa femenina de la justicia (Iustitia) se represente con los ojos vendados desde el siglo XV. La justicia solo puede percibir y juzgar una parte del conflicto, siendo incapaz de analizar los aspectos morales del mismo.
Entonces, si la motivación para iniciar un juicio es exponer a la contraparte al escarnio público o condenarla moralmente, debería reconsiderar la decisión, ya que es poco probable que obtenga lo que busca.
No estoy negando la existencia de personas íntegras, con valores firmes, que cumplen con su palabra, ni tampoco estoy ignorando la presencia de oportunistas y timadores sin escrúpulos en el mundo.
Lo que quiero enfatizar es que no es responsabilidad del Poder Judicial separar la paja del trigo.
Al ingresar a un juzgado, lo único que puede esperar es que su pretensión sea aceptada por el juez, quien podría condenar a la contraparte al pago de una suma de dinero. De igual forma, si le toca a usted ser la parte demandada, esperará que se rechace la demanda o que la suma que le condenen a pagar sea menor que la reclamada.
Si mantiene esto en mente y lo tiene claro, le resultará mucho más sencillo transitar el juicio y, sobre todo, será más fácil participar de las instancias de conciliación y negociación que se generarán en el proceso.
